David Ed Castellanos Terán
@dect1608
Gerardo Fernández Noroña siempre ha presumido ser un hombre de pueblo, un luchador social que encarna las causas de la izquierda, un político que se enorgullece de caminar sin escoltas y que finge incomodarse cuando lo llaman “señor senador”. Sin embargo, la máscara de la austeridad se le cae cada vez con más estrépito.
El hoy presidente del Senado obligado por la cirscustancia, abrió las puertas de su residencia en Tepoztlán y compartió un recorrido que parecía más un desplante que una anécdota personal. Una propiedad de 12 millones de pesos, un crédito hipotecario, un auto de 650 mil pesos y hasta un millón de pesos en deuda bancaria no parecen encajar con la prédica de la “justa medianía republicana” que la presidenta Claudia Sheinbaum enarbola como principio de gobierno.
La contradicción es brutal: mientras se exige a la ciudadanía apretarse el cinturón, mientras se presume que los funcionarios deben dar ejemplo de sencillez, Fernández Noroña exhibe jardines, macetas, hamacas y vistas de montaña en un “house tour” con sabor a reality show. El discurso del sacrificio y la sobriedad se transforma en espectáculo de privilegio.
No se trata de si el senador puede o no comprar una casa. Se trata de la incongruencia política. Se trata de quienes hicieron de la austeridad una bandera, pero en lo privado la entienden como un simple recurso de propaganda. Se trata de vivir del pueblo, pero disfrutar en privado de comodidades a las que muy pocos tienen acceso.
Fernández Noroña no engaña a nadie: presume muebles traídos de diversos estados, artesanías y decoraciones que, en cualquier otro contexto, podrían considerarse un esfuerzo por valorar lo nacional, pero que en su caso parecen más bien la coartada estética para suavizar la realidad de una vida acomodada. La austeridad de discurso, pero no de bolsillo, y mucho menos de sus viajes al extranjero en primera clase.
La izquierda que llegó al poder con la promesa de acabar con los lujos del poder está hoy atrapada en su propio laberinto de contradicciones. Y Noroña, con su recorrido inmobiliario, acaba de confirmar que la medianía es solo para los otros.
En la intimidad… El automovilismo siempre ha sido un termómetro de resiliencia, y Sergio “Checo” Pérez lo está demostrando una vez más. El piloto jalisciense se prepara para volver a la pista con una presión mediática que pocos deportistas latinoamericanos han enfrentado.
El regreso de Checo a la Fórmula 1 no es solo una noticia deportiva, sino también un mensaje de resistencia: el mexicano compite en la categoría reina del automovilismo contra estructuras diseñadas para favorecer a los favoritos del mercado europeo. En cada vuelta, Checo corre contra el cronómetro y contra un sistema que suele relegar a los pilotos que no encajan en el molde.
Su retorno reaviva el orgullo mexicano en un deporte donde los reflectores suelen estar lejos de América Latina. Mientras el poder político local exhibe contradicciones entre austeridad y opulencia, Checo Pérez encarna otra narrativa: la de la disciplina, el esfuerzo individual y la convicción de que, incluso en un paddock dominado por las élites, se puede ser competitivo con sangre mexicana, y ahora, que mejor que en alianza con Cadillac, la apuesta del GM en la F1.
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