RULETA POLÍTIKA
Por Alberto Dávila
Los recientes acontecimientos en el CETis 78 han dejado a la comunidad en shock, generando un profundo sentimiento de dolor, rabia e impotencia. Más allá del hecho en sí, lo que realmente estremece es el contexto social que lo hizo posible. ¿Qué está pasando con nuestra juventud? ¿Con nuestras familias? ¿Con la sociedad en su conjunto?.
La violencia, que antes parecía exclusiva de ciertos sectores marginados o de la narrativa noticiosa, hoy toca las puertas de nuestras escuelas. Y no lo hace con advertencias suaves, sino con una crudeza que hiere. Lo más alarmante no es solo que los actos ocurran, sino la aparente normalización con la que muchos los observan o incluso justifican.
Es momento de dejar de buscar culpables individuales y comenzar a asumir responsabilidades colectivas. Padres, maestros, instituciones, medios de comunicación, redes sociales y gobiernos: todos hemos fallado en algo. Hemos permitido que se pierda el respeto por la vida, que se diluya la empatía, que el dolor ajeno se vuelva espectáculo.
Los jóvenes no nacen violentos ni indiferentes. Son reflejo de lo que ven, de lo que consumen, de lo que viven en sus hogares y en sus comunidades. ¿Qué tipo de sociedad hemos construido cuando un adolescente considera la violencia como una opción válida para resolver conflictos o hacerse notar?.
Más allá del morbo o la indignación momentánea, este suceso debería ser un punto de inflexión. Un llamado urgente a reconstruir el tejido social, a volver a mirar a nuestros jóvenes con atención real, no solo cuando ocurre una tragedia. Debemos enseñarles que existen otras formas de canalizar el dolor, la frustración o la rabia. Debemos escucharlos antes de que sea demasiado tarde.
La sociedad está dañada, sí. Pero no está perdida. Cada tragedia puede convertirse en una oportunidad para sanar, si sabemos leer las señales y actuar con responsabilidad. Lo que ocurrió en el CETis 78 no debe repetirse. Y para eso, debemos cambiar todos.